
Mira, si te digo «Dios disciplina», seguro que te imaginas a alguien allá arriba, con una libreta en la mano, apuntando tus errores para mandarte un par de pruebas y ver si espabilas.
¿Te suena?
Es lo que nos han vendido desde la infancia: que la vida te aprieta porque hay un plan divino detrás, una especie de correctivo celestial para que crezcas, te hagas fuerte y, de paso, agradezcas los palos.
Y oye, no voy a negar que la idea tiene su encanto.
Es reconfortante pensar que el universo tiene un guion y que tus tropiezos son parte de una película con final feliz.
Es además jugoso porque nos quita responsabilidad, y por lo tanto carga emocional, pensando que el Universo o Dios nos dará lo que pidamos.
Es una de las mayores mentiras contadas, tan grande como la de Papa Noel o los Reyes Magos de Oriente.
Quieres creer en mentiras porque es más fácil eso que enfrentarte a la realidad que está en tus manos y que no la puedes cambiar porque no sabes cómo hacerlo.
Lo sé, porque he estado ahí. He pasado por eso.
Pero, ¿y si te digo que esa disciplina no depende de un ente con barba blanca, sino de lo que pasa entre tus dos orejas?
Sí, hablo de tu mente. Porque ahí, justo ahí, es donde se cuece toda la chicha.
Yo ya no sufro, ¿y tú?
La Disciplina Divina: Una Historia que Engancha (Pero No Explica Todo)
Pongámonos en situación.
Hace unos años, me diagnosticaron cáncer de colon.
Sí, de esos regalitos que te deja el COVID y que te hacen replantearte si el universo te odia o solo quiere ponerte a prueba.
Encima, venía de cerrar una empresa de realidad virtual que me había dejado más arruinada que una tienda de VHS en 2025.
Y si eso no fuera poco, llevaba 32 años fumando como si el tabaco fuera oxígeno.
Vamos, que mi vida parecía un culebrón escrito por alguien con muy mala leche y peor que la película del Juego del Calamar, pasando niveles y cada cual peor.
¿Disciplina divina?
Podría ser.
Porque, mira, de ese caos salí dejando el tabaco, perdiendo 20 kilos y, contra todo pronóstico médico, mandando el cáncer a paseo. Los doctores flipaban: «Esto es como ganar la lotería».
Y yo, claro, también.
Entonces, ¿fue Dios?
¿Fue un castigo con recompensa?
Puede.
Pero aquí viene el giro: no fue una fuerza externa la que me sacó del barro.
Fue mi diálogo interno.
Esa charla mental que, sin darme cuenta, empecé a moldear después de tres décadas leyendo miles de libros, gastándome un dineral en cursos y viajando por medio mundo para entender cómo funciona esta cabecita loca que todos llevamos encima.
Y ahí está el quid: la disciplina no viene de afuera.
Viene de dentro.
Y si no lo pillas, te lo desmonto ya mismo.
Yo ya no sufro, ¿y tú?
Auto-Diálogo Científico: La Clave para Dejar de Ser Marioneta
Vale, rewind.
Volvamos a eso de «Dios disciplina».
La idea es bonita: las pruebas te hacen persona, te curten, te dan carácter. En las tradiciones cristianas, se dice que es como un padre que te corrige porque te quiere.
Y no seré yo quien tire eso por tierra, pero hablemos con seriedad.
Pero, espera, que nadie te lo cuenta todo.
¿Quién decide cómo te tomas esas pruebas?
¿Quién elige si te hundes o te levantas?
Tú. O mejor dicho, esa voz interior que no para de hablarte todo el santo día.
Aquí entra el auto-diálogo científico, y no te aburriré con tecnicismos porque no estoy aquí para darte una clase magistral ni a darme ínfulas.
Imagina esto: tu mente es como un guion que tú escribes de tu puño y letra, pero sin darte cuenta. Si te pasas el día diciéndote «esto es un castigo, no puedo más», adivina qué pasa.
Te conviertes en tu propio verdugo.
Pero si cambias el rollo y empiezas a meterte en la cabeza frases como «yo puedo y yo lo hago», el juego cambia.
Y no es magia ni rezos.
Es ciencia.
Gente como el doctor Shad Helmstetter, especialista renombrado en auto diálogo científicio, lleva años demostrándolo: lo que te repites, moldea tus creencias.
Y tus creencias, son las que te hacen o te deshacen.
Yo ya no sufro, ¿y tú?
El Éter, la Mente y el Poder de Reescribir tu Historia
Ahora, no me malinterpretes.
No estoy diciendo que no haya algo más grande que el ser humano.
Llámalo Dios, llámalo universo, llámaloéter —esa esencia invisible que flota por ahí y que, quieras o no, está en todo, incluida tu mente—, o llámale como quieras y ponle la etiqueta que quieras.
Es como un amplificador natural. Si lo usas bien, potencia tu auto-charla. Si no, te deja a merced de lo que venga.
Y aquí está la diferencia: con el auto-diálogo científico, no esperas a que la vida te discipline. Tú tomas el mando.
Tú decides qué mentalidad te pones cada mañana, como quien elige unos vaqueros o una chaqueta.
Mira mi caso.
Cuando me dieron el diagnóstico, podría haberme quedado en la cama lamentándome, esperando que el cielo me salvara.
Pero algo hizo clic.
Después de 30 años investigando la mente, supe que las palabras importan. Mucho más de lo que crees.
Y las técnicas mentales.
Algún día contaré bien contado lo que hice cuando tuve cáncer de colon.
Lo conté una vez en una asociación de cáncer y … bueno…. tomarme por loca creo que fue el más light de los adjetivos.
Al lío.
¿Milagro? Ummm.
¿Auto-diálogo bien ejecutado? Seguro.
¿Técnicas mentales? Sí rotundo.
Porque la disciplina no es sufrir por sufrir. Es entrenar tu cabeza para que juegue a tu favor.
Yo ya no sufro, ¿y tú?
Cambiar de Creencias No Es Sufrir, Es Ganar
Aquí va una verdad incómoda: a todo el mundo le encanta decirte qué tienes que hacer para cambiar. «Sé positivo», «medita», «visualiza».
Bla, bla, bla o ble, ble, ble… Todo el mundo te da consejos o comentarios que nadie te ha pedido o que te los dan sin haber pasado por esa experiencia. Pero nadie te dice cómo ser.
Y ahí es donde la cosa se pone fea, porque sin un método, te pasas la vida dando palos de ciego, sufriendo endemoniadamente.
¿Te suena? Sí, sé que sí. Lo sé muy bien.
En mi caso 30 años. Hasta que di con esto: el diálogo interno científico. Un sistema claro, directo y, lo mejor, fácil si sabes cómo.
Ahí se acabó mi infierno.
No te voy a dar pasos ni trucos aquí, que no estoy para regalarte el trabajo y he de cumplir mi reto que estoy haciendo en vivo con este sistema con el dinero.
Pero sí te digo una cosa: cambiar de mentalidad no tiene que ser un drama. Es como aprender a conducir, a ir en bici, a practicar sexo, a sumar o multiplicar, etcétera, etcétera: al principio te lías, pero cuando pillas el truco, vas en piloto automático.
Y créeme, cuando dominas tu auto-charla, la vida deja de parecer un castigo divino o recompensa divina, y empieza a parecer un juego que ganas de forma sistemática.
Yo ya no sufro, ¿y tú?
La Llamada: Tú Eliges, Pero No Digas que No te Avisé
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Salud, dinero, relaciones… tú decides dónde aplicarlo.
Pero si no quieres, no lo hagas.
Sigue perdiendo años como me pasó a mí, buscando en vídeos eternos o tratamientos que te mejoran un poco pero no te dan el control.
Total, el tiempo pasa igual, ¿no?
Yo ya no sufro, ¿y tú?
P.D. Aunque me repita, una y otra vez, daré siempre las gracias a la sanidad pública española. Grandes sois. Cada día, os tengo en mis momentos de gratitud.