
Estás en un bar.
Te traen la cuenta.
Miras el ticket y ves que te han cobrado una cerveza de más.
Levantas la mano, llamas al camarero y, cuando se acerca, empiezas con un:
— Perdona, creo que hay un error en la cuenta…
El camarero frunce el ceño, revisa el ticket y suelta un seco:
— Aquí no hay errores.
Ahí es donde se abre el abismo.
Si en tu cabeza suena un «bueno, tampoco pasa nada, mejor me callo», te callas.
Si suena un «qué cojones, que me quiten esa cerveza», no te callas.
La diferencia no está en el camarero.
Está en lo que te dices a ti.
Y esto, que parece una chorrada de bar, es lo que decide si en la vida te comes el mundo o si el mundo te come a ti.
La trampa de creer que eres tu voz interior
A ver, el camarero podía haberse equivocado o no.
Pero la pregunta es: ¿por qué dos personas en la misma situación reaccionarían distinto?
Porque lo que piensas que eres cambia lo que crees que puedes hacer.
Si llevas toda tu vida diciéndote:
— Es que soy una persona que evita conflictos.
Pues felicidades, cada vez que haya un conflicto, tu mente lo esquivará.
Si te has repetido:
— No sirvo para discutir, nunca sé qué decir.
Pues nada, a pagar cervezas que no te has bebido.
Y si te has contado la historia de:
— Me cuesta decir que no.
Pues enhorabuena, acabarás haciendo favores gratis a personas que ni te caen bien.
Todo lo que te dices acaba siendo una orden
Si te metes en un coche y el GPS te dice «Ve por la derecha», lo normal es que gires a la derecha.
Si cada día te dices «Yo no soy de los que triunfan», pues no hace falta ser un genio para saber por dónde vas a girar.
Aquí va lo tremendo:
No basta con cambiar la forma en la que hablas.
Tienes que cambiar la forma en la que te hablas y que sea de una forma exitosa. No se trata de ir a guatemala para ir a guatepeor.
Porque tu mente te escucha. Y se lo cree todo.
Si cada vez que fallas te dices «Soy un desastre», tu cabeza tomará nota.
Si cada vez que te rechazan piensas «Normal, no valgo para esto», se guardará la información.
Y sin darte cuenta, tu cerebro empezará a moverse para confirmar esas historias.
¿La solución? Cambiar la historia (antes de que la historia te cambie a ti)
Vuelves al bar.
Otra vez la cuenta.
Otra vez la cerveza de más.
Pero esta vez, antes de que el camarero diga nada, sueltas:
— Oye, revísalo bien. Esta cerveza no la he pedido.
El camarero vuelve a mirar el ticket.
Frunce el ceño.
Y dice:
— Ah, es verdad. Perdona, ya lo quito.
Y te ahorras pagar algo que no has bebido.
No porque el bar haya cambiado.
No porque el ticket sea diferente.
Sino porque tú has cambiado la historia que te contabas sobre ti.
Y eso, créeme, es lo que separa a quienes controlan su vida de quienes se la pasan pagando cervezas que no se han tomado.
Cambia tu Bla, bla, bla o ble, ble, ble de turno ya. Hazlo.
Repite, repite y avanzas.